REFLEXIONES SOBRE EL ARTE DE VIVIR.

Referencia

Este artículo es parte de la entrevista que le hizo la revista “Sé Vital” en su nº 2 al Dr. Mario Alonso Puig. Médico especialista en cirugía general y del aparato digestivo. Con un amplio curriculum del cual destaco:Formado en Medicina, Mente y Cuerpo y en Psicología Positiva con el Instituto Mente Cuerpo de la universidad de Harvard.

Introducción

El estrés es algo altamente complejo. Para poder navegar, con una cierta tranquilidad, por sus turbulentas aguas hay que ir de la mano de los grandes pioneros en este campo: médicos, psicobiólogos… Son los que lo han estudiado a fondo. El estrés es una situación en la que el organismo humano se ve sometido a un tipo de demanda que no es la habitual. Para ello, para hacerle frente, el organismo tiene que movilizar una reserva, en todos los sentidos, que le permita estar a la altura de ese desafio. Según el profesor Hans Selye, que es la máxima autoridad hoy en día en el ámbito del estrés, dijo que había una forma de estrés que, si bien suponía una sobrecarga para el organismo, en el fondo, lo que le permitía era salir de ese desafío. Distinguió dos tipos y a esa forma le llamó eustrés. También dijo que había otro muy negativo. El organismo, al movilizar estos mecanismos del estrés, no solo no superaba, o superaba con dificultad los desafíos, sino que además producía un deterioro marcado. A esta forma le llamó distrés, que es profundamente dañino. La mayor parte de los problemas que vemos, y que son muy frecuentes, son o por encontrarse en distrés más tiempo del debido o en situación de eustrés durante mucho tiempo y no tener períodos de recuperación, de renovación. Cuando una persona está haciendo frente de manera satisfactoria a un desafío, pero no descansa, no se toma en serio el reposo, el periodo de sueño, el hacer ejercicio físico… cae rápidamente en distrés.

El síndrome del burnout, o síndrome del hombre quemado, siempre se relaciona con el ámbito laboral. ¿Qué le podríamos decir a las personas que caen en distrés, o que están diagnosticadas y se les receta pastillas?

Este síndrome es muy frecuente, está siendo tratado fundamentalmente con ansiolíticos o antidepresivos. Es una expresión del distrés y la persona se siente muy cansada, irritable, con ansiedad, deprimida, le cuesta más prestar atención, se distrae, aprende más despacio… Decía Albert Einstein que, para poder resolver un problema, primero hay que definirlo bien. Quien cree que esa es la forma habitual de vivir, con esa falta de energía, entusiasmo o vitalidad, lo primero que tiene que pensar que eso no es lo normal, sino que es anormal. Definirlo es entender la raíz de este síndrome del estrés cuando llega al extremo del burnout: una persona que está quemada, agotada, desilusionada. La raíz está en los dos elementos que podemos distinguir: la causa y el origen. La causa es el hecho de que en muchos lugares las personas son consideradas como medios para conseguir resultados económicos y no como fines en sí mismos. Se les exige unos niveles que humanamente no son nada adecuados, la velocidad de los cambios es algo que favorece este síndrome. Los atascos de tráfico, esas personas que tienen que pasar hora y pico o dos en el coche y otras tantas de vuelta… esto es una causa. Hay algo más profundo que es el origen de todo ello. En concreto, hay dos grandes orígenes. En primer lugar, el modelo mental de la persona, lo que es la cosmovisión o el patrón mental y de cómo esa persona ve el mundo. Si es de una forma hostil, ya se pone tenso. Hay quienes están enfrentados con la vida. Nadie dice que no haya situaciones difíciles, pero pensar que vivimos en un universo hostil es la receta ideal para entrar en distrés. Lo que obtenemos en la vida es distinto a lo que esperamos: el que no exista esta correspondencia entre lo que espero y lo que obtengo es una fuente inmediata de tensión. En las compañías aéreas, en las que uno no espera nada más que llegar a su destino sano y salvo, no le afecta el que no se les ofrezca ni un vaso de agua. En otras en las que espera que se le ofrezca por lo menos un vaso de agua y no ocurre, provocan tensión.

¿Qué importancia tiene el cuidado personal?

El no cuidar el cuerpo es otra de las razones que generan esta tensión. Las personas que no hacen ejercicio físico, como simplemente pasear media hora al día. En el Paleolítico caminábamos una media de veinticinco kilómetros los hombres y quince kilómetros las mujeres. El 90% de las personas actualmente no hace nada. Las que no cuidan su alimentación, las que duermen menos de siete horas, con poquísimas excepciones, generan directamente los mecanismos del distrés, el desgaste. No he encontrado ningún estudio científico que diga que esto no pase factura. Hay excepciones, pero el 98% de la población lo necesitamos. También el dormir veinte minutos, en la llamada hora sexta (la siesta), se ha demostrado muy beneficioso. Otra razón en toda la base del distrés es aquello en lo que nos fijamos. Y normalmente lo hacemos con base en las preguntas que nos hacemos. Por ejemplo, si a una persona le diagnostican una enfermedad maligna y se pregunta “¿por qué a mí?” empieza a enfocar su atención en algo en lo que no obtiene respuesta y, además, esta pregunta genera un enorme tensión, lleva a un pozo sin salida. Sin embargo, si esa persona se formula “¿para qué a mí?”, cambia su foco y a su vez el nivel de tensión. Esto lo sabemos porque se movilizan hormonas diferentes. Algunas son muy negativas a la hora de enfrentarse a una enfermedad. Si se lleva el foco hacia ese pozo sin salida, hace que se provoque una gran liberación de cortisol, algo que no conviene. Pero si se pregunta el para qué´, ya hay un sentido, una búsqueda. Otro elemento muy importante para reducir este síndrome es la interpretación que hacemos nosotros de las cosas. Lo que nos contamos en relación con ello. Si cometemos un error y pensamos que solo hacemos tonterías, esa historia genera tensión. Y ese error ocurre porque me he atrevido a fracasar, es una manera de aprender cosas nuevas.

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¿Somos conscientes de todo esto, doctor?

Normalmente, no somos conscientes de esto, pensamos que toda la tensión viene de fuera. Nos sentimos impotentes porque no reconocemos en nuestro interior recursos para hacer frente. Yo diría a estas personas, lo primero, que se tomen en serio que hay otra forma de vivir, que esta no es la manera en la que la vida espera que vivamos. Lo segundo, es que de este síndrome solo se sale con un verdadero compromiso, con una absoluta determinación de que vivir la vida con ilusión, confianza, entusiasmo, alegría y serenidad no es un “tendría que”, sino un “tengo que”. Este grado de determinación hay que aplicarlo en distintas direcciones. Hay que abandonar el papel de víctima. Es un error mantenerse en él, hay que tomar el protagonismo y las riendas de la vida.

A veces descargamos mucha ira. ¿Si la amígdala y el hipotálamo son las responsables de esta emoción, qué conducta podemos adoptar?

Reducir la irritabilidad implica reducir a su vez la actividad de la amígdala. Lo primero es realizar ejercicio físico. Por ejemplo, cuando una persona se llena de ira porque se siente no correspondida o valorada, si en ese momento se encuentra con alguien querido va a reaccionar de una manera que luego va a lamentar. Esa persona lo que tiene que hacer es ponerse a caminar durante media hora deprisa para que se liberen en la sangre una serie de hormonas que van a desconectar la amígdala. La segunda cosa que puede hacer es transmitir su sentir en un papel. No tiene que decir lo que le ha pasado sino cómo se siente, poder verte ese sentir sin culpabilizar a nadie. Si tiene a alguien cercano se lo puede transmitir, no tiene que comentarle ni lo que ha pasado ni tiene que empezar a emitir juicios. Otra cosa muy útil y que esta aplicándose cada vez más, tanto en el mundo médico como fuera de él, es el Mindfulness. Lo que hace es robar la atención de la menta, que no para de dar vueltas, y lleva la atención a algo que nos obliga a estar plenamente presentes como es la respiración. Es algo muy rápido, se puede comprobar. Se lleva la atención a la respiración, a las sensaciones del cuerpo, verá como esa rumiación mental va disminuyendo. Porque al reducir la atención que se presta a este proceso mental, este empieza a rebajar su fuerza. Es como si aun ordenador le quitamos la electricidad. Y otro elemento que es muy bueno para reducir tanto la ansiedad como el miedo es el humor. Produce una liberación de unos transmisores, las beta endorfinas, que también desconectan la amígdala, porque es muy difícil reírse de verdad si se tiene miedo. Y, finalmente, también quiero hablar de gratitud. Somos seres profundamente desagradecidos. Por ejemplo, nos tienen que doler las rodillas o no poder ingerir alimentos para valorar lo que es andar o comer sin dificultad. Cuando una persona vive de verdad la gratitud es muy raro que tenga miedo.

Agradezco a «Sé Vital» de Vital Editores su autorización para publicación de esta entrevista.